Reportaje
«Aunque somos trabajadoras sexuales, seguimos siendo personas»: así se vive la dura realidad del trabajo sexual en Zimbabue
02 de junio de 2021
02 junio 202102 junio 2021Con su bebé en brazos, Melody (Melody, en la foto de arriba, prefirió usar su primer nombre para
Con su bebé en brazos, Melody (Melody, en la foto de arriba, prefirió usar su primer nombre para esta historia) huyó de su casa en Harare, Zimbabue, una noche después de que unos policías entraran en su vivienda y dispararan a su marido hasta acabar con su vida.
«No tenía ni idea de que mi marido fuera un criminal. Una noche, mientras dormíamos, la policía entró a la fuerza en nuestra casa y lo mató», relata.
Con miedo a perder su vida y sin nada de dinero, buscó refugio en el hogar de Emma Mambo, en la foto de abajo, una educadora entre iguales y activista comunitaria en Epworth, al sudeste de la capital de Zimbabue.
La Sra. Mambo, cariñosamente conocida como MaiTino, es voluntaria de Katswe Sistahood, una organización que busca capacitar a mujeres y niñas jóvenes para que reivindiquen su salud y sus derechos en materia sexual y reproductiva. Lleva a cabo un enorme trabajo con mujeres de su comunidad, incluidas las trabajadoras sexuales. También dirige un grupo de danza y teatro para chicas adolescentes y mujeres jóvenes, en el cual se analizan, a través de las artes, los distintos problemas a los que se enfrentan.
«No se trata de un trabajo remunerado, pero me encanta Katswe porque me hizo crecer, sentirme capaz y darme cuenta de que puedo enseñar y trabajar con gente. Incluso cuando recibo llamadas telefónicas por la noche de alguien que me pide ayuda, no me importa», insiste. Y todo ello pese a no ser una empleada y, además, criar a su hija, Tanaka, en la imagen de abajo, como madre soltera.
«Algunas de las circunstancias que rodean a estas mujeres despiertan en mí un tremendo dolor. A veces hasta uso mi propio dinero para ayudarlas, aun cuando a mí también me cuesta llegar a fin de mes», continúa.
Tras huir de su casa, Melody tuvo problemas para subsistir y sacar adelante a su hijo: el dinero no llegaba. Pronto se vio obligada a regresar al trabajo sexual, una vida que había dejado atrás al casarse.
El trabajo sexual para Melody y otras mujeres de Zimbabue es una industria difícil y peligrosa que, sin embargo, da trabajo. Aunque la violencia de género es una epidemia mundial que afecta a una de cada tres mujeres en todo el mundo, su impacto es aún mayor en el caso de las trabajadoras sexuales.
Zimbabue es uno de los 103 países del mundo en los que se criminaliza el trabajo sexual. De esta forma, las trabajadoras sexuales quedan desprotegidas por la ley y se ven expuestas a un sinfín de violaciones de los derechos humanos.
Según los estudios, las trabajadoras sexuales a menudo son víctimas de la violencia de la policía, los clientes y las parejas, lo que aumenta su riesgo de contraer el VIH. La prevalencia del VIH entre las trabajadoras sexuales en Zimbabue es tremendamente elevada, se calcula que ronda el 42,2 %. Las trabajadoras sexuales también sufren el estigma y la discriminación, y son objeto de una tremenda falta de privacidad por parte de los trabajadores sanitarios.
En este sentido, la Sra. Mambo afirma: «Cuando acudimos a una clínica, nuestra dignidad se olvida y a menudo se nos niega la atención médica que precisamos. Esto se agudiza en el caso de las trabajadoras sexuales que acuden con una enfermedad de transmisión sexual. Los propios sanitarios enseguida se encargan de pregonar a los cuatro vientos lo que nos pasa».
Y lo mismo sucede en el caso del tratamiento para el VIH. La Sra. Mambo ayudó a una joven trabajadora sexual a buscar asesoramiento y solicitar una prueba del VIH, y al final descubrió que la chica se dio a la fuga en lugar de ir a recoger su tratamiento.
«Cuando por fin conseguí hablar con ella, me confesó que en la clínica no se respetaba en absoluto la privacidad. Todo el mundo podría verla recoger su medicación. Y entonces la ayudé a encontrar un transporte que la llevara a recoger su tratamiento de cualquier otro sitio», recuerda.
Como trabajadora sexual en Harare, Trish (Trish, en la foto de abajo, prefiere usar solo su nombre de pila para esta historia) conoce bien los peligros del comercio, incluida la violencia de género. Los clientes a menudo consumen alcohol y se vuelven violentos con las trabajadoras sexuales.
«Por ejemplo, la semana pasada no pude salir de casa. Tenía el ojo hinchadísimo. Te golpean hasta que te hieren de verdad. Y si denuncias a la policía, el cliente soborna para que ni te escuchen. Por el simple hecho de ganarte la vida como trabajadora sexual, te ven como algo sin valor y sin poder», narra.
La policía también acosa a las trabajadoras sexuales y las ridiculiza por su trabajo, detalla la Sra. Mambo, que a menudo recibe llamadas de las trabajadoras sexuales en prisión.
«A veces la policía entra en un bar y exige que todo el mundo se tumbe en el suelo, y entonces empieza a buscar gente y a asestar golpes. Si tienes mala suerte, pueden incluso detenerte», se lamenta.
Inmersa en la realidad de los arrestos y los asaltos, para Melody la pobreza fue la única razón que la empujó a entrar en el mundo del trabajo sexual, el cual ya había conocido con tan solo 19 años Tras la muerte de su primer marido, se enamoró de un hombre con un buen empleo que podía cuidar tanto de ella como de su hijo y logró escaparse por un tiempo de ese comercio sexual.
Sin embargo, aquello duró poco, ya que a su segunda pareja la arrestaron enseguida por robar en su lugar de trabajo.
«No puedo decir nada en contra de mi última pareja, que fue arrestada», dice Melody. Pero aún no ha sido capaz de liberarse de la reputación que se le atribuyó por culpa de su primer marido.
«Cuando trabajo en bares, la policía me acosa por quién fue mi primer marido», dice Melody. «La policía debería velar por nosotras, para que podamos trabajar libres de abusos». Nuestros hijos necesitan comer y nuestros padres necesitan ser atendidos», reitera.
Sus experiencias personales y laborales con hombres han afectado negativamente a su percepción del género masculino. Sin embargo, dice que no expresa completamente su dolor porque son los hombres quienes pueden darle de comer.
Pero se niega a que esto sea así para siempre. «Desearía encontrar un trabajo mejor que no me exponga a tanto peligro», expresa.
La Sra. Mambo también sueña con una vida más allá de sus circunstancias actuales. «Alguien me ofreció un pedazo de terreno en el que poder cultivar. Busco fertilizantes para cultivar patatas porque el trabajo sexual y mi edad ya no están en sintonía», afirma.