Opinion
No venceremos a la COVID-19 si no incluimos a África en la respuesta mundial
25 de mayo de 2020
25 mayo 202025 mayo 2020Este artículo se publicó por primera vez en inglés el 19 de mayo de 2020 aquí
En la mayor parte de las conversaciones sobre la COVID-19 en el mundo, apenas se menciona a África. Sin embargo, los riesgos que la crisis por la enfermedad del coronavirus plantea en África son aún mayores que en ningún otro rincón del mundo. Riesgos que se agravarán cada vez más si dejamos a África de lado en la respuesta mundial. Y es que derrotar a la COVID-19 en África es, en cambio, fundamental para ganarle la batalla en todo el mundo. El liderazgo africano y la solidaridad global son ambos esenciales para superar la crisis de la COVID-19 en África, y eso es precisamente lo que piden los ciudadanos africanos.
Los determinantes sociales y económicos de la salud y la enfermedad son enormes vaticinadores de las posibilidades que tenemos de morir por la COVID-19. Quienes más riesgos corren, con diferencia, son las personas pobres que viven en países sin apenas recursos, ya que son las que más enfermedades previas arrastran. Además, cientos y cientos de estas personas están malnutridas o inmunodeprimidas. Si bien África dispone de una experiencia vital a la hora de enfrentarse a epidemias, lo cierto es que cuenta con sistemas sanitarios carentes de recursos, los cuales, además, acostumbran a ser inaccesibles para los más pobres, y no están preparados para el trabajo que conlleva la lucha contra la COVID-19.
Sí, claro que es posible vencer a la COVID-19 en África, pero no en las condiciones actuales. Necesitamos urgentemente acelerar el acceso a las pruebas; garantizar el acceso igualitario a los equipos para proteger a los profesionales sanitarios que estén en primera línea y cuidar a aquellos que enfermen. Hemos de garantizar la correcta financiación de los sistemas de salud. Todos los países han de pactar una vacuna contra la COVID-19 que sea gratuita para todo el mundo y es necesario trabajar para lograr mitigar los impactos sociales y económicos de la crisis de la COVID-19 mediante medidas de protección social a gran escala y un desarrollo económico sostenible que ponga fin a la desigualdad.
La Unión Africana, a través de su Centro para el control y la prevención de enfermedades, está asumiendo las riendas en la respuesta a la epidemia. Se ha creado una nueva alianza como parte de la respuesta Estrategia Continental Conjunta de África para la COVID-19, la Alianza para acelerar las pruebas diagnósticas de la COVID-19 (PACT, por sus siglas en inglés), la cual ha contado desde su origen con el fuerte respaldo de los Jefes de Estado y de los Gobiernos de la Unión Africana. ONUSIDA siente un enorme orgullo por encabezar la lista de los signatarios de dicha alianza, con la cual se pretende cerrar la brecha en lo referente a las pruebas, apoyando los esfuerzos de los países africanos para aumentar rápidamente el alcance de su capacidad para realizar test y rastrear. Como ya hemos visto en otras regiones del mundo, se trata de algo imprescindible para reducir tanto el número de contagios como las muertes. PACT insta también a establecer rápidamente en África un sistema dirigido por el Centro para el control de enfermedades para la adquisición mancomunada de pruebas y otros productos básicos necesarios para la respuesta a la COVID-19.
La buena noticia es que los países están uniéndose y redoblando esfuerzos: a principios de mayo, Sudáfrica había llevado a cabo más de 300 000 test, solo en Ghana más de 100 000. Y lo han logrado, en parte, impulsando la infraestructura ya existente para las pruebas del VIH. Otros países como Nigeria planean seguir su ejemplo. Aun así, el Centro africano para el control de enfermedades afirma que África necesita 10 millones de test para responder a la pandemia a lo largo de los próximos cuatro meses. Asimismo, la Organización Mundial de la Salud calcula que el continente africano tendrá que recibir al mes 100 millones de mascarillas y guantes, y hasta 25 millones de respiradores, para responder de forma eficaz y a tiempo a la COVID-19. Y todo ello en un contexto mundial complejo: justo cuando los países batallan por los recursos sanitarios.
Es necesario mejorar la producción de los kits de pruebas y los suministros médicos esenciales en todo el mundo. Asimismo, todos los países deben coordinarse y aunar esfuerzos para conseguir que los test y los equipos de protección personal lleguen a aquellos lugares y a aquellas personas que más los necesitan. Así, en África los suministros deben llegar a los municipios con mayor densidad de población y a los profesionales sanitarios y los trabajadores de la comunidad que están al pie del cañón plantándole cara a la epidemia. Hemos también de impulsar los servicios existentes para el VIH con el fin de incrementar los test para la COVID-19 y todo lo preciso para garantizar el aislamiento, el rastreo y los tratamientos.
Ahora más que nunca, los países africanos deben priorizar sus inversiones en los servicios esenciales. Esto tiene que incluir un sólido compromiso para abordar la evasión fiscal de las empresas y garantizar que quienes más fuertes son económicamente hablando paguen la mayoría de los impuestos. Del mismo modo, es necesario acabar con las exenciones de las tasas impositivas corporativas. Ahora más que nunca, la solidaridad mundial se vuelve esencial para financiar una respuesta de miles de millones de dólares que incluya a los países africanos de bajos y medianos ingresos, y al resto del mundo. Esto incluye también la financiación de los dos millones de dólares estadounidenses del Plan Global de Respuesta Humanitaria para la COVID-19, lanzado por las Naciones Unidas, así como la concesión de ayudas para abolir las tasas de usuario en los servicios sanitarios. Si algo nos ha enseñado esta pandemia es que, por el bien de todos, quien no se sienta bien no debería tener que rascarse los bolsillos antes de recibir asistencia. Ahora, cuando la lucha por controlar un coronavirus tan agresivo es cada día más intensa, se torna imprescindible y urgentísimo el acabar con las tasas de usuario en materia de salud. Las instituciones financieras internacionales y los actores financieros privados han de ampliar, e ir más allá de, las suspensiones temporales de las deudas que anunciaron recientemente. La deuda africana supone en torno al 60 % de su producto interior bruto, lo cual es algo absolutamente insostenible. Necesitamos gobiernos que inviertan en la respuesta y que fortalezcan la atención sanitaria financiada con fondos públicos. Gobiernos plenamente convencidos de que todo el mundo tiene derecho a la salud. A la hora de responder a la COVID-19, tenemos que estar alerta para que los recursos no se desvíen de los que necesitamos para otras amenazas sanitarias como la epidemia del VIH, la tuberculosis o la malaria, enfermedades todas ellas que ya se cobran muchas vidas en África.
Los trabajos de modelización llevados a cabo por la Organización Mundial de la Salud y ONUSIDA señalan que, si no se realizan esfuerzos para aliviar y eliminar las interrupciones de los servicios sanitarios y de aprovisionamiento durante la pandemia de la COVID-19, un parón de seis meses en la terapia antirretroviral podría llevar a que, para 2020-2021, se produzcan en el África subsahariana más de 500 000 muertes extra por enfermedades relacionadas con el sida, incluyéndose la tuberculosis.
Debe haber también un acuerdo internacional previo a tenor del cual todas las vacunas y los tratamientos que se descubran contra la COVID-19 estén disponibles gratuitamente para todas las personas en todos los países. No podemos permitirnos el repetir la experiencia de la epidemia del VIH. En aquel entonces, las medicinas quedaron durante mucho tiempo lejos del alcance de millones de personas, quienes acabaron muriendo, y aún hoy son muchos los que aguardan a la cola para iniciar un tratamiento.
Es clave conseguir una recuperación sólida que nos permita construir sociedades resilientes capaces de soportar el siguiente revés. Dada la interconexión entre la salud y los medios de vida, todos los países tendrán que fortalecer sus redes de seguridad sociales para fomentar la resiliencia. Todos los países tendrán que construir economías más sostenibles, donde también los puestos de trabajo para los jóvenes africanos sean dignos y estén bien pagados. En todo el mundo se deberá reconocer el trabajo infravalorado, y a menudo no remunerado, llevado a cabo por las mujeres.
Si esta pandemia nos ha enseñado algo, es hasta qué punto estamos interconectados como comunidad global. También, y como ha dicho Antonio Guterres, Secretario General de las Naciones Unidas, nos ha dejado claro que el mundo es solo tan fuerte como se lo permita el sistema sanitario más débil. Toda respuesta mundial a la COVID-19 que margine a los ciudadanos africanos no solo sería incorrecta, sino que se volvería autodestructora. Es más, los africanos no la permitirán. Incluso con las restricciones excepcionales que está suponiendo esta pandemia, los africanos de a pie se han organizado para reivindicar su derecho a la atención sanitaria y a la protección social. Como africanos, estamos con ellos y nos oponemos a que sean enviados al final de la cola de la COVID-19.
Winnie Byanyima, Directora Ejecutiva de ONUSIDA
John Nkengasong, director del Centro africano para el control y la prevención de enfermedades